Antes del tiempo era más fácil encontrarte.
Te llamaba sumergido en el verde de la Montaña, en el azul de las aguas y el cielo esplendoroso que llamaba al encuentro con Dios. El aire era puro y los animales, celosos guardianes de tu aposento corrían libres…
En aquellos días remotos, Tú y yo vivíamos cerca, mis hermanos, Tus Hijos, cantaban como ruiseñores al sólo sentir tu presencia. Espíritu y materia se confundían en uno solo.
El suelo en el que caminábamos a tú encuentro era sagrado. Cada árbol, hoja, ruido y animal, era símbolo de tu estirpe de Reina, de bondad, y amor maternal. Con tu venía hablábamos con la naturaleza, que sigilosamente nos daba cobijo y sombra.
Eran días en que espíritus de Negras, Indios, Africanos y Vikingos nos enseñaban el secreto de la vida. Eran los tiempos en que tú gobierno se extendía sobre la maldad y el egoísmo.
Fue el pasado en el que la serpiente de ojos turquesa dominó el Palacio Invisible. Tiempos que parecen remotos. El día en que la Danta recorrió siete cuevas para alejar al enemigo, horas en las que la onza se erguía para ahuyentar al captor despiadado.
Era el tiempo en que la Mariposa cantaba dulces melodías, tonadas que crearon sonetos, leyendas, historias y secretos que la magia y la luz entregaron como un don a los Seres Humanos.
Fue un tiempo tan remoto, que se pierde en el recuerdo de nuestros antepasados. Época en la que viviste, como Reina, como India, como Princesa de raza cautiva, compañera celosa de todo ser viviente que habitaba el monte sagrado. Conocedora del poder del Fuego, del Aire y de la Tierra.
La historia, aquella tan lejana, contada por quienes cubren sus cabelleras de cristal, nos refieren a una Diosa, a una mujer de belleza inimaginable, con cabellos tocados por rizos de ángeles, belleza que no sólo cautivó a hombres.
Tus ojos, radiantes y celosos hicieron que una gran anaconda se enamorara de ti, haciendo que te apartaras del reino natural. Ahora ya no pertenecías a los hombres.
Sumergida en la profundidad de las aguas, fuiste traída de nuevo a la vida por acción de chamanes y dioses, que hincharon el vientre indigno de aquella serpiente, creando el río que llevaba promesas y peticiones de peregrinos.
Así renaces, como Diosa, como Reina María, dueña y señora de las aguas y del bosque. Has creado tu reino mágico, invisible, adoptando como mensajeras a Margarita y a Guillermina, cuyo trono resguardan celosamente y cuya majestad se hace sentir incólume y perennemente a través del tiempo.
Pasó el Tiempo, el arcabuz y el egoísmo invadió tu reino, niños lloraron tu partida, el espantapájaros voló guiado por el cántico de una gaviota. Ya las flores no perfuman el ambiente con su néctar, tu castillo está cerrado, miradas siniestras que se esconden tras la penumbra han derramado sangre, manchando las promesas de fieles y peregrinos que transitan el valle.
Son tiempos de guerra, ya los dioses se han retirado a otros aposentos. Ya no se escucha el grito valeroso del indomable cacique. Hemos sido olvidados, nos han prohibido conversar con los árboles, los ríos y los animales. Ya no canta la mariposa, la Danta está agonizando y la onza yace olvidada en charcos de inmundicia y deslealtad.
Pero Tú, Diosa y Madre bondadosa, has regresado para cuidar a tus hijos, buscas refugio entre el río y el bosque profundo y verdoso que cubre la Montaña en sus más altos niveles. Ahora luchas contra el olvido, contra la injusticia y vences.
Renaces en sitios dónde te invocan, dónde tu presencia es respetada por fieles y creyentes, has tomado nombres y formas distintas. Pero estas allí…
Reina María Lionza, María siempre Reina. La Dueña de Mil Amores.
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