Yara,
María Lionza, nuestra Reina, ha conversado a través de sus labios y de su encanto.
Ya no hay más avisos. El tiempo llega, se agota la reflexión. Se destruyen las creencias en manos del hombre, como cuando el extranjero con fusil en mano derramó la vida de nuestros hermanos.
Las luces deben estar encendidas. Son las órdenes que da el Dios Supremo.
Lloran nuestros árboles, claman por Paz aquellas aguas que se han visto teñidas de sangre. Sangre que ha sido lavada por ángeles.
El consuelo no llega a los corazones de quienes ya no están con sus hijos, con sus hermanos; pero el consuelo lo ha dado Dios, a través de sus espíritus.
El hombre sigue profanando y cometiendo los mismos errores. Creen que no hay ser superior, piensan que no necesitan la venia de nadie. Se equivocan, María Lionza existe, está entre el bosque, entre la cima de
Las almas se confunden en océanos de peticiones. Muchos están llamados a transitar por este camino, sendero cubierto por llamas; por espinas y por piedras que confunden y hacen vacilar al creyente.
Uyara, está en la tierra. Borra sus huellas al pasar para que el enemigo no sienta su presencia. Su aroma se percibe y su grito se escucha entre el suspiro lóbrego de la anaconda que persigue al burlón demonio que tranza almas a cambio de favores.
Es el tiempo de nuestros ancestros. El penacho no se cambia por mentiras ni por piedras de colores.
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